Alemania decidió sacar provecho de la nueva postura generada en Inglaterra: la Revolución Industrial, la cual quería aplicarla al servicio del floreciente capitalismo de fines del siglo XIX.
En los últimos años, en Alemania, la producción de hierro se había duplicado y se hallaba entre los mayores exportadores de colorantes y productos químicos; pudo abonar sus tierras a escala gigantesca y, sin descuidar el campo industrial. Además, en ese momento, el país no tenía rival en la industria eléctrica europea.
Este sorprendente y rápido progreso tecnológico se logró en buena parte gracias a la estrecha relación entre las universidades y la industria, y a la enorme amplitud de la enseñanza técnica en todos los campos, ya que contaba con escuelas agrícolas y técnicas.
En medio de este auge científico/tecnológico, y como inicio de su estrategia, la Cámara de Comercio Prusiana nombró como agregado a la embajada de Alemania en Londres al escritor y crítico Herman Muthesius quien junto con un grupo de artistas y productores, inició una campaña que abogaba por la “perfecta y pura utilidad” en los productos industriales, muebles prácticos, sin adornos, con formas simples, pulidas y ligeras, cómodas para las amas de casa, los edificios u objetos de uso que sean creados según tales principios exhibirán la pulcra elegancia que nace de la adecuación a la función y de la concisa sobriedad.
Estos conceptos son las características principales del Funcionalismo, y se aplicarán primero en el Deutscher Werkbund, luego a través de Peter Behrens en la AEG y posteriormente en la Bauhaus.
Podemos agregar que en esta tendencia el diseño privilegia la función era sobre la forma y el arte se consideraba una herramienta para mejorar la vida cotidiana.